A poco de recuperar la vida democrática, allá por el ’85 el destacado diputado nacional Baglini (UCR-Mendoza) enunció lo que pasó a conocerse como el Teorema Baglini para la política, y que dice más o menos así: «Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven».
Este teorema recibió algunos aportes en esa misma línea, tales como: “El grado de respeto a sus convicciones previas de un político argentino es inversamente proporcional a su cercanía al poder. “ “Cuanto más cerca del poder más conservador se vuelve un grupo político”.
Con lo cual parece que la razón de ser de la actividad política es la de no hacer olas, de no buscar grandes cambios, de un permanente apego a conservar lo que hay. Tiene también algo de resignarse a no efectuar los cambios profundos que la sociedad requiere. Y de miedo. Resignación que va de la mano con aceptar que estamos bien y que los múltiples datos de injusticia, de miseria, de derechos no satisfechos vendrían a ser algo así como los famosos efectos colaterales no deseados del Sr. Bush.
Y esta idea se expresa en aquello de “se hace la campaña por izquierda y se gobierna por derecha”. O “la política es el arte de hacer lo posible”.
Con una concepción así, el ejercicio de la política queda en un juego superficial de administrar sin cambiar, de emparchar. Para lo cual se implementan acciones que callen los reclamos, es decir clientelismo cortoplacista, que suele ir acompañado de la búsqueda del control o dominio de los medios y “de la calle”.
Así es como asumen el fracaso de la política quienes saben mucho de ganar elecciones y de alcanzar el poder pero más como satisfacción personal, que como vocación de alcanzar el Bien Común y de garantizar la dignidad de las personas y de los pueblos.
Hace más tiempo aún, que Francis Fujuyama dijo aquello del fin de la historia y de la muerte de las ideologías, con el pretendido triunfo del liberalismo. Como las ideologías dieron claras señales que no mueren, vino toda esta ola de pragmatismo que sepulta las ideas y los mejores sueños de todos, tras aquello de que esto no se puede, aquello es difícil, esto me conviene más.
La lamentable situación por la que hoy atraviesa nuestra patria, es consecuencia de muchos factores externos e internos, cuidadosamente eludidos en su enfrentamiento desde las raíces por gobernantes y legisladores. De ahí el Teorema Baglini, de allí el conservadorismo de quienes acceden al gobierno, de allí la resignación. De allí en suma, el creciente descrédito que la política tiene en nuestro pueblo. Si no se pueden hacer las transformaciones que se requieren, si estos reclamos van a ser calificados como irresponsables ¿para qué tanta estructura democrática? ¿Vamos a dejar a esta democracia nuestra como eterna sostenedora de la injusticia social?
Frente a estas pobres concepciones de la política, señalo que ésta debiera ser concebida como ”el arte de hacer posible lo necesario”. A no tener miedo, la democracia republicana, representativa y federal que hemos adoptado es para resolver todo lo que sea necesario resolver, para cambiar, para superarnos, para acabar con las miserias y las corruptelas.
Y lo que el pueblo argentino necesita y exige son transformaciones socio-políticas- económicas profundas, permanentes. Y cumplidas en un marco republicano y ético.
Esos cambios, en décadas anteriores, constituían la tan soñada revolución. Concepto que no por mansillado deja de seguir siendo estrictamente correcto. Y necesario.
Argentina necesita pues de una verdadera revolución, pero no una de tiros y muertes. Sino la que construya una nueva sociedad desde el amor, desde las convicciones sin claudicaciones..