Las instituciones de nuestra democracia republicana se han desarrollado a lo largo de la historia, a veces a costa de sangre y enfrentamientos. Se fueron cimentando hasta llegar a esta democracia representativa, republicana y federal. También tuvimos las violaciones a la república. Y una cosa es que se las violente en las tristes noches de las dictaduras y otra, que ocurran desde la misma democracia.
Se las violenta cuando se rompe la base republicana de la división y autonomía de los poderes; cuando no hay transparencia en los actos públicos; cuando se mienten los datos de la realidad; cuando se destroza al federalismo mediante la extorsión económica hacia provincias y municipios; cuando a viva voz se ordena a los legisladores que no legislen, sino que aprueben sin tocar lo que se les envió; cuando se legisla para dificultar la expresión de las ideas o para castigar a presuntos enemigos; cuando los gobernantes y sus círculos íntimos se enriquecen vergonzosa e impunemente; cuando se apropian del Consejo de la Magistratura.
En ese marco, se nos quiere proponer una reforma política para perfeccionarla.
Ni el gobierno nacional ni el provincial tienen autoridad moral para perfeccionar la política, para proponer reglas de transparencia, de equidad. Tienen o pueden tener los votos, no la autoridad moral.
Han sancionado mecanismos electorales, para luego gambetearlos, adelantarlos, suspenderlos y volverlos a proponer. Todo según sus necesidades coyunturales. Sin mostrar la menor intención de actuar como estadistas, con visión de futuro y vocación por dar ejemplo.
Esto ocurre porque estas fuerzas dominantes a pesar de sus declaraciones, hace rato que han abandonado la brújula de la ideología y del respeto a la democracia. Muchos son los que han terminado cayendo en el más abyecto individualismo egoísta, perseguidor psicopático de poder y riquezas. De ahí no podría salir nada distinto a lo que hoy está en Diputados de la Nación; con más posibilidades de aprobarse según las órdenes, que de debatir y consensuar. Los aportes que el gobierno recibió, no pasaron de un acto con papeles y fotos. Ningún análisis, ninguna consulta, ninguna respuesta a lo recibido.
Siendo una legislación que deberá regir por mucho tiempo, todos esperábamos un amplio y prolongado debate. Esperábamos más democracia, no más poder concentrado. Más república, no más personalismos. Más representatividad del pensamiento del pueblo argentino, no su limitación. Más apertura con controles, no más cerrojos. Más instituciones, no más vías de clientelismo.
De la reforma tal como viene sólo podemos esperar que dure poco, porque es más y peor de la tendencia a construir pensamientos únicos, con minorías o cómplices o atomizadas.
Así es como nos está yendo a los argentinos.
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