los peajes

En razón de la práctica de los hechos consumados, en San Luis son escasas las posibilidades de analizar detenidamente los pro y contras de acciones gubernamentales y su correcto encuadramiento legal. El adolfismo lanza una iniciativa y no vuelve atrás. Por obediencia, capricho o por negocios, nadie discute una iniciativa del jefe, por más viciada que esté.

Queda así la oportunidad de ver hasta dónde llega la capacidad de la comunidad para defenderse y enfrentar la ilegalidad.

Se ha difundido la determinación de cobrar peaje en el tramo San Luis – La Punilla. La idea del peaje ha sido muy resistida a nivel nacional, tanto por los importes que cobran, como por la forma que se hizo -primero se cobra y luego se construye-, ha significado una notoria mejora en los caminos en que se aplicó.

Más el fin no justifica los medios. Se debería haber seguido el proceso de licitación y exigencias muy claras a la empresa adjudicataria. Esto que es lo deseable, no es lo que ocurrió en San Luis.

La Cooperativa Telefónica La Toma es la adjudicataria de la obra mediante procedimiento desconocido y muy probablemente a dedo, sin trámite licitatorio alguno.

Es reconocida la honestidad de esa Cooperativa y la de sus integrantes, así como la calidad del servicio que presta. Es indudable que también esta Cooperativa tiene la suficiente iniciativa como para proponerle negocios al gobierno; sobre todo a partir de la realidad de que en poco tiempo el negocio de los teléfonos puede salir de sus manos. Pero una iniciativa, una propuesta no reemplaza el trámite legal al que debe ajustarse el gobierno.

Una obra de esta naturaleza tiene un trámite claramente legislado. Debe licitarse evaluando tanto la capacidad técnica específica, como la económica y el beneficio para la provincia. Nada de ésto se hizo. Y una cooperativa telefónica de buenas a primeras y sin que nadie lo pueda probar, parece haberse especializado en obras viales. Trabajos éstos que como cualquiera sabe exigen recursos que las empresas especializadas no siempre tienen o cumplen. Nada más ver el estado lamentable de los caminos hechos recientemente por la empresa Gualtieri para constatar todo lo que requiere la dedicación a la obra vial.

No se tiene conocimiento de ninguna evaluación técnica ni financiera ni de recursos humanos de la Cooperativa La Toma para que pueda ya ser encargada de la obra y para que inicie trabajos. El trámite no se reemplaza con la buena voluntad, ni con los buenos antecedentes en el negocio específico de los teléfonos. Como dicen los paisanos una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Los funcionarios tienen leyes a que ajustarse. Si no lo hacen incumplen sus deberes. La responsabilidad les cabe a directores, subsecretarios, ministros y gobernador. Además hay responsabilidades para senadores y diputados que deben velar por el buen proceder. También los jueces, fiscales y Defensor del Pueblo debieran actuar de oficio en defensa del sistema democrático de vida que nos obliga a cumplir las leyes. Todos estos funcionarios, legisladores y jueces serán cómplices de un delito: es decir serán delincuentes.

Estas cosas han sido muy comunes en el adolfismo, y siempre han ido de la mano del enriquecimiento sospechoso y rápido de muchos funcionarios. También con la mala calidad en muchas obras. La sociedad toda debiera ahora arremangarse y exigir que se cumpla con lo legislado.

Quede en claro que por más buenos antecedentes que tengan los integrantes de la Cooperativa, si continúa este procedimiento, también estarán incursos en la comisión de un delito. Y además sospechados seriamente de participar en un estado totalitario que hace a su antojo fuera de la ley.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 3 – Número 44 – 2 de Enero de 1998

emergencia democrática

Todo vuelve a ser como antes de las elecciones, sin las calificaciones o descalificaciones de las campañas. Aún con algún importante descenso en los porcentajes, el gobierno mantiene liderazgo en la Legislatura y en los Concejos Deliberantes, tras una campaña en la que no se profundizó en la función legislativa del oficialismo. No le interesa que se sepa el papel que sus legisladores cumplieron y cumplirán. Escondidos tras el manto protector de Adolfo deben ser observantes, defensores y propagandistas del famoso proyecto provincial del Jefe. Incluyendo toda la exigencia de adulonería y obsecuencia que debe adornar la conducta de cada uno.

Así no hay demasiado lugar para la autonomía de criterios, de acción, ni crítica alguna. Salvo excepciones, quien incursionó por esos caminos perdió el empleo. Las críticas, según esta versión, son externas, de personas, instituciones, provincias que nos envidian los logros y no entienden que San Luis está llamado a ser guiado ad-infinitum por «el Adolfo».

Los nuevos legisladores habrán de actuar como los anteriores:

  • En lo nacional, adhiriendo a la construcción menemista de una estructura socio-económica destructora de las clases trabajadora y media, concentradora del capital en pocas y extranjeras manos. A lo sumo,  negociarán su voto por alguna ventaja parcial para la provincia. Como si eso nos salvara del panorama nacional.
  • Aprobarán sin más los proyectos oficialistas locales; no presentarán iniciativas propias y cajonearán las de la oposición, si es preciso, con modalidades poco democráticas.
  • No se meterán con el accionar del Ejecutivo, ni de la Policía, poco apta para esclarecer hechos, hábil para recoger denuncias por malos tratos. Ni con la Justicia. Así se aseguran el futuro sobre todo en cuestiones de enriquecimiento veloz.
  • Habrán de votar las emergencias en las áreas en las que el gobierno demostró tan poco interés y capacidad: cultura, educación, previsión, justicia, transporte.

En suma, contribuirán al afianzamiento del adolfismo, tan cercano por sus formas totalitarias al stalinismo: un jefe que concentra y reparte a su antojo (entre parientes y amigos) el poder en su partido, en el Estado, en los medios de comunicación, las fuerzas de seguridad. Ciegos y sordos a las críticas, recibiendo y premiando la obsecuencia de sus equipos, que terminan perdiendo sus capacidades para convertirse sólo en miembros obedientes.

Los logros materiales tan publicitados, como ahora discutibles, tratan de cubrir las fallas. Vienen dando frutos en un importante sector de la provincia que ató su destino al carro adolfista, apoyando con su voto sin pensar demasiado en las consecuencias de ese poder que ha contribuido a formar.

La oposición está en minoría tal que le impide forzar la eliminación de situaciones como las descriptas. Es cierto que buena parte de la oposición tiene franca vocación minoritaria y terror a ganar alguna elección. Algo adelantó ahora con la tendencia a la unidad, único camino que le cabe para construir una democracia sólida en la provincia. Los  que hicieron rancho aparte, creyendo que esto es cuestión de individualidades (con lo que le dieron una buena mano al adolfismo) están muy cerca de una desaparición bien ganada.

Mucho deberá transitar la alianza opositora para consolidar su proyecto y convencer de sus virtudes. Fundamentalmente se evidencia la falta de una tarea educadora persistente acerca de lo que pasa, de sus ideas y de sus denuncias. Muchas de éstas quedan en el olvido y no faltan los que creen que eran mentiras, que ya se solucionaron o que los acallaron comprándolos.

El adolfo-stalinismo, perdió algo de peso, mas no da margen para la alegría. Sigue poseyendo medios y métodos de presión y corrupción para recomponer poderío. Sobre todo ahora que tiene más claro que nunca, que nada se hace sin el mismo Adolfo a la cabeza de todo. Esto indica, que hoy por hoy no hay una salida segura y honrosa del poder. No se avizora quien puede heredarlo sin que ocurra el efecto Angeloz. Por lo que sólo le queda la continuidad en el poder provincial. Lo que permite prever un quinto período.

Es decir que estaremos por un tiempo más en una franca emergencia democrática. Sabiendo que cada vez habrá más y peor de lo ya conocido.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 3 – Número 43 – 8 de Diciembre de 1997

las tres banderas

El pensamiento nacional, una conciencia que nos permita pensar por las nuestras sobre lo que nos pasa y hacemos, ha sido una tarea de muchos años, con etapas y con variados y calificados actores. Es lógico que así sea, porque un país en cualquier situación que lo analicemos necesita ver desde su perspectiva sus necesidades, su forma de inserción en el mundo. En ésto no nos diferenciamos de otros pueblos, cualquiera sea el «mundo» en que se nos quieran dividir y encasillar.

El pensamiento argentino fue apareciendo desde los albores de la Patria. A los ponchazos, por intuición primero; con sangre, con dolor, con amor. Alcanzando importantes logros y con lamentables errores fue acompañando nuestras luchas y política. A él aportaron hombres federales y unitarios, de armas y de ideas, caudillos, políticos y religiosos. Y mucho hay para hablar de este apasionante tema que en los 60-70 alcanzó quizás su mayor pico en el interés nacional, especialmente de los jóvenes.

Dejando de lado cualquier otro aspecto de su personalidad y de su gobierno, Perón propuso una acabada síntesis de este pensamiento con las consignas de una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Los numerosos desencuentros políticos que tuvimos, hicieron que esta síntesis quedara sólo como patrimonio del justicialismo. El gobierno de Menem sería el encargado de cumplir con esas tres banderas de lo nacional.

Y está claro que el menemismo sistemática y concienzudamente está dedicado a destruir estos conceptos. Veamos:

  • Socialmente Justa: poco se puede decir de justicia social en un país que abandona a los jubilados, desatiende la salud atacando la solidaridad de las obras sociales y fomentando el negocio de la medicina prepaga; que abandona la enseñanza pública; con tanto desempleo y minoridad mendigante; con una lamentable distribución de la riqueza, entre tantas otras cosas.
  • Económicamente libre: En la actualidad mundial manda el capitalismo que derrotó (enhorabuena) al comunismo; pero ésto no le da chapa de bueno ni de justo. A partir de este triunfo capitalista, su modelo económico se extiende por todas las latitudes y el menemismo, a falta de capacidad intelectual para otra cosa, aplica obedientemente lo que le dicen. Así, hemos perdido a las empresas nacionales, la banca y el crédito privados y buena parte del estatal, las grandes industrias y hasta lo agropecuario. Los capitales extranjeros habrán de conducir estas actividades siguiendo las necesidades de sus cabeceras, no las de nuestro país. Como siempre lo han hecho aquí y en todos lados. ¿O Menem y sus menemistas creen otra cosa?
  • Políticamente soberana: Con una base económica nuestra, la capacidad de decisión política (en todos sus ámbitos) es importante. Pero al abandonar el control sobre la producción hemos ido perdiendo el peso en lo político, limitándonos a levantar la mano siguiendo otros mandatos. Estamos en las relaciones carnales con los EEUU, un concepto que es uno de los más lamentables que se puedan haber expresado nunca. Y sus embajadores aquí se meten en todo de una forma inconcebible.

En estos días leemos que el FMI autorizaría para 1998 mayores gastos (?) en lo social y educativo. ¿Esto se llama soberanía Dr. Menem?

Basta este rápido análisis para ver y comprobar que el menemismo y tras suyo el PJ han destruído esta síntesis de lo nacional. Se quedaron en el afán desesperado del poder y tras él entregaron su alma al diablo, junto con todo lo que le piden.

Y no queremos caer en nacionalismos trasnochados o fuera de época. Sólo lo justo para que nos definamos  y nos respeten como pueblo libre. Tal como lo hacen y lo defienden cada uno de los países poderosos del momento. No podremos integrarnos al mundo como colonia, así solo seremos absorbidos.

No es la primera vez que lo nacional decae. Ya se levantará, cómo lo supo hacer en otras ocasiones. Sólo hay que esperar (y ayudar) a que aquellos que se unan para lograrlo trabajen mucho y bien. Rescatando la teoría y la acción de una Patria Justa, Libre y Soberana, con las correcciones y adecuaciones que el momento exige. Pero corrigiendo, no renunciando.

Se trata de ser nosotros mismos, insistimos en la idea; sanamente orgullosos de lo nuestro, conscientes de lo que podemos y tenemos, tanto como de lo que no. Ser una patria, no una colonia con un administrador manejado, por más que demuestre habilidades para la politiquería desechable.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 40 – 21 de Agosto de 1997

no. la sociedad ASÍ, no

Es demasiado fácil para los argentinos, formular críticas sobre lo que nos pasa y los que nos rodean. Así viene siendo desde hace tiempo. Mucho más en una época como ésta en la que en muy corto lapso se dieron dado situaciones tan fuertes que nos cambiaron la forma de organizar la vida, de actuar, de pensar, de hablar, etc.

Estos cambios explosivos impidieron encontrar del todo la forma de encaminarnos, de ver por dónde y a dónde vamos. Los resultados del choque entre estos cambios, muchos de ellos universales, y nuestra sociedad no resultan para nada buenos. Y nuestro hábito de criticar se exacerba. Nos sobran motivos para manifestar desacuerdo ante tantas cosas.

Más allá de las exageraciones a las que somos afectos, hay razones de peso para no estar de acuerdo con lo que tenemos, con lo que nos pasa, con lo que se hizo, con lo que estamos haciendo.

Es que el hombre argentino quedó aturdido, estresado ante tantas cosas que le pasan. No sabe bien qué es lo que se viene y por dónde o si tiene que defenderse de ello o no.

Parece que una forma de salir de este estrés es ir por el lado de la banalización de las cosas, por la farandulización de la vida. Así nos aturdimos con la timba extendida a todos los ámbitos de la vida, al sensacionalismo en las noticias, a la avalancha deportiva, de espectáculos, de chismes.

No se pretende caer en puritanismo, pero cabe destacar la ligereza con que gran parte de los medios tratan sus programaciones, cayendo fácilmente en lo chabacano, de ahí a lo grosero y luego a lo soez o procaz.

Se satura con truculencia, se busca sólo el escapismo, porque hay otros que se preocupan por llevarnos a dónde debemos ir y a ellos hay que seguirlos porque seguramente no defraudarán. La historia registra otros momentos sociales graves con reacción escapista, liviana de parte de la sociedad. Eso pasó en la Alemania previa a Hitler. Y ya sabemos lo ocurrido.

Y en nuestra Argentina de hoy, hay en demasía «buenas ondas», noticias, deportes y espectáculos tratados con sensacionalismo, con un lenguaje tan pobre como grosero. Como si éstos fueran valores necesarios de instaurar y promover en la sociedad, en los jóvenes. El rating, el marketing, el mercado, la demanda de éxito rápido y fácil, las ventas y las ganancias prodigiosas son algunos de los pilares en los que se asienta este todo vale para la sociedad. Si vendo, si me ven, si me escuchan, si me imitan es bueno lo que hago, sin interesar el contenido. Tal parece ser la guía de muchos hoy.

Esta política viene desde los centros del poder. Desde las grandes ciudades hacia el interior. Barriendo en su camino la calma respetuosa con que usualmente el hombre argentino supo enfrentar su vida y construir su sociedad.

Y así equivocamos globalización(*) con despersonalización, cambiar con copiar obedientemente, dinámica con vértigo, alegría con banalidad, valores con mojigatería, actualidad con grosería.

Pero no todo es así. Está presente un horizonte de búsqueda de otros caminos. Aparece el reclamo del pensamiento, de la solidaridad, del amor al prójimo, del bien común, de una dimensión más humana de la sociedad y de sus estructuras, de una velocidad vital más acorde a nuestra condición humana. Ni los centros del poder, ni las usinas en que se gestan las líneas directrices de los medios, ni los gobernantes de poca monta intelectual, ni su séquito farandulero y obsecuente ven con buenos ojos esta línea y habrán de insistir en romperla o limitarla.

Por lo que habrá mucho por hacer en el futuro a partir de hoy mismo. Tengamos presente que en algún momento nos juzgarán por la coherencia entre nuestro sistema de valores y su práctica cotidiana. Y por la capacidad de transformar la sociedad a partir de ellos. Nuestra Patria Argentina viene golpeada por un genocidio, por una guerra mal pensada y peor ejecutada que significó una seria derrota en nuestra soberanía, por la inflación, por indultos fáciles a delitos muy graves, por el desempleo, por el cambio del modelo económico, por la violencia cotidiana, por la corruptela.

Ante este panorama, queda la reacción guiada desde arriba y afuera, que origina esta crítica y que no parece buena para resolver el momento, ni para construir un buen futuro.

Hay que volver a ser nosotros mismos, como personas y como país. Insertados en el contexto actual, pero siendo nosotros. Pensando y haciendo desde nuestros valores, con nuestros objetivos. Pensando en la persona humana y no en el poder como meta.

Definiendo qué es lo que necesitamos y pidiendo a la clase política que lo vuelva posible.

Nos merecemos otra sociedad. Pero no nos quedemos a esperarla sentados tomando mate.

El futuro que queremos, no lo traen ni Superman, ni Batman. Lo hacemos entre todos y desde ayer. 

(*) Este trillado concepto de globalización, está mereciendo un análisis en el futuro; porque tal como viene no convence.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 39 – 30 de Julio de 1997

NO. la política ASÍ, no

En la forma democrática y representativa de gobierno, «el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por la Constitución.» El principio requiere un fuerte y creciente espíritu participativo en todos los ámbitos sociales.

La persona humana, libre y responsable de sí, tiene el derecho y el deber de intervenir en la vida política, económica, social, cultural, educativa, etc.

La participación es una exigencia ética, pues cada uno, dueño de su destino, es sujeto activo y creador del orden político que le toca vivir. También, porque el bien común, que justifica toda la actividad humana y en particular la política, no puede darse sin una actitud participativa responsable, organizada en un marco jurídico sólido y eficiente. Y para cerrar el círculo, concretado éticamente.

Los partidos políticos son el medio para concretar la actividad política del pueblo, en tanto deben organizar y expresar las distintas ideologías de una comunidad pluralista. Los partidos resultan el cauce para que las personas con vocación de servicio puedan concretarla y para que elijan los demás dónde expresarse. Así, unos y otros son protagonistas, de acuerdo a capacidades e inclinaciones, en la construcción de su propio destino como pueblo. Los partidos deben convertirse en el ámbito de discusión y esclarecimiento de las causas y alternativas de la problemática nacional e internacional; deben ser ejemplo de democracia, con práctica en la vida interna en la confrontación de ideas, en la renovación dirigencial, en estudios y trabajos que den firme sustento a su acción política. Aprendiendo en lo interno, el respeto que deben garantizar luego a la sociedad.

Ello exige que la política se sustente en firmes principios ideológicos. Y que exista coherencia entre la idea y la práctica. El mundo real no se construye por casualidad ni por impulsos; sino como producto de acciones coherentes con principios que rigen el accionar de los hombres. La firmeza en la ideología propia y el respeto por las ajenas, deben dar sustento al accionar en el mundo de una política que busque la dignidad de la persona humana y el logro del bien común.

A grandes rasgos, lo señalado es lo ideal, y como tal, una meta a la que nunca se llega, pero que debe buscarse sin claudicaciones para todos y para siempre.

La gran dificultad para alcanzar niveles ideales de actividad política es la curiosa enfermedad de poder desarrollada en la sociedad. El poder a ejercer en cualquier ámbito, que se autoalimenta hasta querer volverse vitalicio, que hace olvidar la vocación de servicio y caer en el individualismo y la ambición personal, en la fiebre por tener más, en la necesidad permanente de ejercerlo sobre los otros y que éstos tengan conciencia de ello.

Esta realidad política se ha dado, con matices, tanto en el liberalismo, como en el comunismo. Es de la locura de la acumulación del poder, que nace la enorme y dañina sonsera de la muerte de las ideologías. El rechazo a las ideologías es, precisamente, otra ideología. La del poder por el poder mismo.

La política dejó de lado la vocación de servicio para caer en la acumulación de poder para satisfacer ambiciones de algunos individuos y su entorno. Se construye un círculo dominante, con reglas propias y especiales. Bajo la invocación democrática, todo se justifica. No se lo puede criticar, porque atenta contra la democracia. En el círculo se dejan de lado las diferencias cuando de defender posiciones se trata, hasta conformar una casta dirigencial que suele ser correcta en sus análisis durante la época electoral, para luego aislarse de la sociedad, olvidarse de sus ideas, hacer su conveniencia y defenderse corporativamente de las leyes que sancionan para todos.

La actividad política es vocación de servicio, herramienta para concretar los sueños que todas las generaciones hemos tenido de un mundo mejor. No una profesión o una actividad económica en sí misma, de la que se viva permanentemente.

Hay que cambiar.

Soñemos con la política ética que la sociedad pide y necesita. Y veamos de llevarla a la práctica, sin dejar el campo libre a los que por ignorancia o por corruptela han construido este sistema.

Tenemos varios años en democracia y es un notable avance sobre la dictadura que padecimos. Pero no nos durmamos en los laureles al permitir que unos pocos destruyan en su beneficio el concepto participativo de la política.

Estamos acostumbrados a escuchar que son éstas ideas imposibles de concretar. Pero esto viene de la misma política que suele justificar sus renuncios diciendo que política es el arte de lo posible. Y como no se puede evitarlo, dale con el enriquecimiento, con el poder absoluto, con la poca y mala educación, con la globalización dirigida desde las grandes potencias y que causan pobreza, falta de trabajo y descapitalización del país. Aquella es una definición del conformismo, de dejar que las cosas sigan como están.

Si pensamos en la política como el arte de hacer que lo necesario sea posible; es otro el enfoque de la actividad y otro el papel de todos y cada uno de nosotros. En una concepción así, no sólo que valen las ideologías, sino que son imprescindibles, porque dicen que es lo necesario y dirigen al poder.

Se impone cambiar el modelo de práctica política, desde nuestra actividad, desde nuestros reclamos, no esperando que otros en otro lugar y otro momento lo hagan. Al ideal hay que construirlo, no renunciarlo, no resignarse a dejar que nos cambien los sueños.

La política es para que todos participen, se expresen y trabajen. Para no dejarla en manos de unos pocos pícaros, que a la larga terminan deteriorando las mismas instituciones políticas de la democracia.

La política es para hacer posible lo que la sociedad necesita, para concretar la dignidad de la persona y el bien común.

Hay que empezar a cambiar esta politiquería de mala calidad que nos han impuesto. Desde ya, todos los días, a cada momento.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 38 – 5 de Julio de 1997

no. la democracia así, no

Está dicho. La democracia es el mejor sistema que la sociedad humana encontró para gobernarse. Ello significa que:

  • La democracia, creada y ejercida por los hombres, está condicionada por todas las características humanas.
  • La democracia es una obra inacabada, aún perfectible.
  • La democracia puede y debe ser mejorada a partir de la capacidad creadora, de la crítica y la autocrítica libremente ejercida.

En consecuencia, no es posible dormirse en los laureles y decir, o dejar que otros digan, que con gobernantes elegidos y renovados periódicamente ya estamos en la cima del mejor sistema de gobierno. Y que por lo tanto, todo está permitido. Así se lo está llevando por carriles equivocados.

Para volver al buen camino debe recordarse la clásica, antigua y sencilla definición clave: Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Ninguna otra definición supera a esa en precisión y alcances. Pero pasan cosas que no se adecuan a estos principios y que provocan serios daños al sistema. Por ejemplo, no está bien que gobernantes y legisladores se conviertan en representantes de sus partidos y no del pueblo que los elige; que se haya construido una casta política que rota en los cargos, con escaso nivel de renovación dirigencial; que esa casta se proteja a sí misma, aunque se trate de opositores, mediante leyes que la favorecen, callando o mirando para otro lado cuando hay denuncias claras contra sus miembros.

No está bien que se haga abuso del principio de los fueros para eludir responsabilidades sobre sus actos; que los políticos conviertan a las provincias, al país, en campo de batalla de sus intereses y se construyan a nivel municipal, provincial y nacional concentraciones de poder cada vez más cerradas y omnipotentes.

Tampoco está bien que tanto inútil o sinvergüenza ocupe cargos por su simple capacidad junta-votos, cuando con su accionar destruye aquello que debe mejorar; que las instituciones de la democracia eludan la discusión y voten cuestiones importantes con el simple criterio de la obediencia ciega al dueño del partido; que se practiquen variadas formas de fraude electoral en la vida gremial y política, a vistas y sabiendas de todos; que se modifiquen constituciones y leyes con una liviandad total en busca de favorecer intereses sectoriales; que desde los cargos políticos se acumulen riquezas difíciles de justificar. Y que se haga uso ostentoso y doloroso de esas riquezas.

No está bien que a diario se apliquen interpretaciones antojadizas de leyes para alcanzar objetivos sectoriales o eludir responsabilidades, ni que las mayorías legislativas apliquen recursos sucios, aunque legalizados por ellas mismas, para imponer sus opiniones. Y hagan alarde de ello. No está bien que las minorías no reconozcan los méritos de las mayorías y se opongan a todo para no dar mérito al opositor; tampoco que desde la casta política se manipule la opinión pública, asustandola, engañandola, equivocándola según les convenga hoy. Y mañana cambiar todo el mensaje para adecuarlo a otras necesidades.

No está bien que se busque y se logre en muchos casos, ejercer un control indebido sobre las instituciones democráticas que deben ser independientes; que el pueblo, orígen y destino de la democracia, vea reducida su participación a la mera emisión del voto y que sus otras manifestaciones sean reprimidas o despreciadas. Que los gobernantes y legisladores vayan adquiriendo rasgos de las viejas monarquías o de recientes dictaduras; que dejen de funcionar o que lo hagan en forma deficiente, los controles sobre los poderes, las instituciones o las personas.

No está bien… tantas cosas que pasan o se hacen en esta democracia no están bien. Por eso muchos descreen de ella y de su capacidad de mejor servir a todos. Y se va abandonando el trabajo conjunto de perfeccionarla, de ponerla cada día más al servicio de la comunidad a través de la participación apasionada y creadora de que todos somos capaces.

Hoy, la democracia parece una ciudad sitiada: quien la gane u ocupe un lugar en ella, hace lo que quiere y le conviene. Con lo cual se recupera y se acrecienta todo lo que se puso para llegar. Y desde donde se justifica y bendice todo lo que se hizo.

No es ésto lo que se enseña desde siempre a los jóvenes. No es ésto lo que se espera del sistema democrático.

La democracia es otra cosa, mucho más noble, justa, sincera, más ideal. O he vivido engañado toda mi vida.

Así la democracia no va. Hay que cambiar. Los cambios son posibles, Difíciles y lentos, pero posibles.

Una cosa es clara: los cambios que sean necesarios serán definidos, encaminados y concretados desde la misma democracia. Con participación masiva, sin iluminados ni salvadores.

Quizás ocurra que sectores políticos en lugar de buscar acumular poder y riquezas, se decidan a poner su fuerza en construir un férreo sistema democrático a partir del respeto de las instituciones. Quizás ocurra que los medios de comunicación social, abandonen la búsqueda de rating con cualquier arma, dejen la chabacanería y la superficialidad, para dedicarse de lleno a movilizar responsablemente el sistema democrático.

Ojalá pase algo.

Mejor aún, ojalá todos encontremos la forma de hacer algo. Y que lo hagamos. Desde nuestra conciencia y a través de las mismas armas que la democracia nos da.

Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 36 – 26 de Mayo de 1997