Los argentinos tenemos ciertas características que nos hacen flacos favores, tanto en lo individual como a nivel nación. Y que nos suelen ser enrostradascon humor y hasta con dureza desde el exterior.
Una, un cierto nivel de soberbia que nos hace creer poco menos que el ombligo del mundo.
Otra, el eludir responsabilidades, el creer que son otros los que deben hacer las cosas, los que deben cambiar.
Son datos de nuestra forma de ser que están a la base de buena parte de nuestros problemas y de la habilidad que hemos desarrollado para encontrar siempre a quien culpar de lo que nos ocurre, buscando y adhiriendo casi ciegamente a alguien que “nos salve”, no asumiendo las propias responsabilidades. Estas característica señaladas (hay otras más, pero por ahora basta con éstas) sostienen nuestra incapacidad en practicar la autocrítica, en ahondar en nosotros mismos.
Esto viene a cuento de cómo se ha reaccionado frente a la elección del cardenal Bergoglio como Papa Francisco.
Se lo ha recibido y saludado como quien habría de solucionar la cuestión Malvinas, y hasta así se le ha pedido. O resolver cuestiones políticas de naciones.
Francisco no es un Papa para Argentina. Lo es para el mundo católico y por lo mismo, con fuerte influencia en buena parte del mundo.
Un Papa no gobierna países ni soluciona sus problemas materiales, demasiada tarea tendrá en resolver las cuestiones vaticanas. Tampoco le dará órdenes a los presidentes, gobernadores, legisladores, referidas a las tareas específicas que cada uno de ellos cumple.
Un Papa ejerce su misión enseñando, predicando desde el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia. Quizás, como lo supo sintetizar nuestro mártir Mons. Angelelli: “con un oído puesto en el Evangelio y el otro en el Pueblo”.
Es decir, alumbrando el camino que todos los bautizados católicos debieran transitar y también el de muchos que no siéndolo, comparten buena parte de estos principios.
Insisto, un Papa con sus mensajes y sus actos nos ilumina el camino a recorrer. Que todos debemos recorrer, no que los otros, en otro lugar y otro momento deban transitar.
Por ejemplo, Francisco ha sacudido a muchos con su modestia, su trabajo en equipo, su desapego al lujo y a gastos superfluos, su estar al lado de los necesitados, de los pobres.
Lo hace y nos gusta, lo aplaudimos. Pero… ¿cuántos practicamos esa forma de vida?
¿Sabemos acaso del concepto del Destino Universal de los Bienes? ¿Hay disponibilidad para compartir bienes y ganancias con los que menos tienen o nada pueden?
¿Sabemos acaso dela función social de la propiedad privada?
¿Habrá reducción de gastos en gobernantes, funcionarios, empresarios y en la misma jerarquía eclesiástica? ¿Seguirán el lujo, la vanidad y la tontera como valores?
Muchos conocen ahora de la Opción Preferencial por los Pobres y ven cómo la Iglesia con Francisco a la cabeza acuden a ellos con la palabra que consuela y acompaña; con las obras que mitigan, que permiten crecer y resolver cuestiones puntuales. Pero es responsabilidad de todos el que no haya más pobres, que haya un crecimiento cierto y fuerte de sus niveles educativos, culturales y socio – económicos. Con menos riqueza acumulada en pocos.
El Papa Francisco nos da ejemplos y seguramente dará muchos más.
¿Qué haremos de ahora en más como grey católica?¿Solamente aplaudirlo? ¿O imitarlo?
Ese ejemplo que nos viene desde el Papa Francisco es para todos allí donde estemos, pero muy especialmente para quienes poseen responsabilidades en la conducción de los países.
Ha dicho el Papa Francisco: “se perdonan todos los pecados, pero la corrupción no”.
Al que quepa el sayo que se lo ponga, ya se escuchó a los que dicen: “los corruptos que oigan al Papa y cambien o se vayan”; olvidando sus propias historias corruptas.
La corrupción tiene la cara de quien la practica y la cara de quienes la callan, la ocultan o la disfrutan. La cara del jefe y la cara de los laderos.
Siendo argentino, Francisco sabe bien cómo es la corrupción, qué dimensiones tiene, cómo se sostiene y crece. Pero no dará nombres, ni siquiera de países. Tanto la identificación, como las acciones correctivas nos quedan a nosotros.
No en una “guerra santa y violenta”. Simplemente con el coraje que surge de la coherencia, rompiendo el divorcio entre Fe y Vida que supo denunciar tan claramente el Concilio Vaticano II.
El Papa Francisco nos muestra ese camino de coherencia, de Fe llevada a ser vivida en cada uno de nuestros actos.
La Doctrina Social de la Iglesia nos marca las líneas directrices para actuar en la sociedad. No encuentro la explicación de por qué la misma Iglesia que la dicta no la sabe transmitir, la proclama tan poco en sermones y homilías, no la usa para evaluar nuestras acciones y no se preocupa por el elevado grado de desconocimiento que la grey católica tiene de esa Doctrina.
Siendo que Argentina y San Luis han sido y son gobernados por una inmensa mayoría de cristianos católicos, esta dura y tantas veces dolorosa realidad nuestra es responsabilidad de quienes debieron ser coherentes en sus acciones de gobierno con la fe que dicen profesar.
Hoy el Papa Francisco está marcando con sus palabras y sus actos que otro es el camino, otra la forma de vida que debemos practicar.
Se le pide, se le exige diríamos, a Francisco que cambie muchas cosas de la Iglesia, en el Vaticano. Y está bien que así sea, porque Vaticano no es ajeno a ese divorcio entre Fe y Vida.
Pero ese cambio que exigimos allí, debe ser practicado también por todos nosotros en lo que hagamos. El Papa no se dirige a otros, a todos nos está diciendo las cosas, nos está dando ejemplos.
Aprovechemos esta oportunidad, es hora de que hagamos los cambios para que nuestra vida sea modesta y honesta.
Francisco no será un buen Papa porargentino. Lo será por sus saberes, sus capacidades y su coherencia. No le pidamos todo, seamos nosotros desde nuestra coherencia diaria, el fuerte sostén que tanto necesita para la tremenda labor que tiene por delante.
Los cambios que realice serán tantos y tan buenos como los que hagamos todos y cada uno de los creyentes.
Es hora de ser sal y levadura.
SAN LUIS * Marzo 24 de 2013