Esta realidad nuestra de cada día obliga a retomar algunos temas e ideas, porque resulta de difícil comprensión el que persistan actitudes y políticas que evidencian faltas conceptuales de graves consecuencias para la sociedad.
Y la cuestión educativa es uno de estos temas.
Ya se ha reconocido la magnitud de la obra pública en escuelas y la importancia que esto tiene para la provincia. Es un mérito indudable. Aunque para nada desinteresado, porque ya sabemos que en el mundo entero la obra pública es un buen recurso para políticos que quieren salir de pobres.
Pero poco y nada se avanza en materia del buen funcionamiento del sistema educativo en general. A diario siguen las quejas por trabas burocráticas y por carencias de elementos esenciales. De donde decimos que la acción de gobierno en educación es sólo maquillaje, que no hay eficiencia.
Y al hablar de la eficacia del sistema educativo no podemos quedarnos sólo en nuestra provincia. Hay que incluir también a la política nacional, la que ni siquiera tiene el atenuante de un buen maquillaje.
Porque lo primero que hizo la Nación fue sacarse de encima el sistema, con la buena excusa del federalismo, pero con las malas artes compulsivas del ministro Cavallo. Y porque para tomar decisiones para el futuro, se va de una copia a otra. De una improvisación a otra. Sin un rumbo claro: Cómo hacía falta una Ley Federal de Educación, se copió la Ley de España, aunque allí no funcione. El secundario no anda bien, entonces se busca copiar el examen de Francia. Y así pueden seguir los ejemplos.
Para nada interesa estudiar si lo que se copia pertenece a un mismo sistema educativo, a una misma idea. Copiar es más fácil. Se trabaja menos y queda más tiempo para politiquear.
Ya que se copia, ¿por qué no hacerlo en lo fundamental?. En la actitud de planificar la educación entre toda la Nación y a partir de estos planes, ejecutar las acciones previstas para cumplir objetivos, con la particular modalidad que cada fuerza política tenga para hacerlo.
Una planificación que prevea los objetivos y las acciones a cumplir en cada etapa y a la que todos nos comprometamos a respetar en cada actividad. Una planificación que nos permita a todos convertirnos en actores y en críticos responsables de lo que se hace.
Pero para eso hace falta una convocatoria que nos saque de esta ola materialista y hueca de privilegiar la obra y no el ser esencial de cada actividad. Hace falta tener una ideología base para poder planificar. Aunque las ideologías sean distintas, si hay ideas se pueden encontrar puntos de contacto y sobre ellos trabajar. Cuando no hay ideologías sustentadoras, no es fácil acordar planes porque aparecen sólo la ambición de poder, de riquezas o de la gloria sustentada en el poder y la riqueza.
Lamentablemente esta cuestión de planificar la educación no está presente entre nosotros. La educación suele ser un botín a entregar a algún aliado político (frecuentemente a sectores reaccionarios); y así, si se fracasa, la falla no es del gobernante sino de un aliado. Y todo a comenzar de nuevo.
La política económica cambió para adecuarse a la realidad mundial y se viene ejecutando por un mismo equipo. La educación debiera hacerlo de igual modo. Es de esperar que sin la dosis de insensibilidad social con la que actúan los economistas.
Tenemos presente a Martín Fierro cuando dice: “…y se ha de recordar/ para hacer bien el trabajo/ que el fuego pa’ calentar/ ha de ir siempre por abajo”. El trabajo debe hacerse. Si los políticos no convocan, se debe empezar desde abajo, desde los interesados y el afectado.
Se impone la formación de equipos interdisciplinarios y multipartidarios para elaborar planes educativos, pensados para resolver los problemas de la gente, desde una perspectiva humanista integradora. Y, por favor, que la casta política acompañe sin contaminar.
Mientras esto no ocurra, en educación seguiremos como hasta ahora, con maquillajes en el mejor de los casos. O como dicen los paisanos, a los tumbos como zapallo en carro.
Publicada en EL DECAMERÓN – Año 1 – Número 21 – 14 de Julio de 1996