Con demasiada frecuencia la realidad nos hace transitar los caminos de la crítica hacia los responsables de conducir nuestros destinos de personas y de país. Esta crítica se va convirtiendo en sistemática y permanente por las omisiones, los errores y las distintas formas de corrupción que advertimos en las diversas esferas de gobierno que tenemos.
Pocas son las veces que advertimos actitudes ejemplificadoras a partir de las cuales poder construir ese mundo que cada uno de nosotros sueña para el futuro. Y cuando hubo lo que creemos un ejemplo, hemos aprendido a ser cautos en su reconocimiento y elogio a fuerza de golpearnos con casos truchos, que más tarde o más temprano le muestran la pata a la sota y chau con el ejemplo.
Entonces, cuando queremos que nuestros niños y jóvenes conozcan ejemplos claros de la base humana sobre la cual se puede construir un futuro, debemos acudir a nuestra rica historia. Precisamente en este decamerón que culmina tenemos dos fechas que mucho nos sirven como pueblo.
El 12 de agosto se celebró el Día de la Reconquista, recordando la primera de las varias victorias argentinas sobre el invasor inglés; en este caso, tras la primera invasión de 1806. En esa fecha, el pueblo de Buenos Aires, sin armas, sin formación ni organización militar; con la sola valentía que le daba el saber que peleaba por su tierra, su gente, su forma de vivir y de ser, venció al más poderoso ejército de la época. Se peleó hasta el sacrificio por lo nuestro; sin caer en cantos de sirena de libre comercio o de mayores libertades y bienestar. El pueblo dio batalla con lo que encontró, y venció.
Una verdadera página heroica de nuestra historia, que ha ido cayendo lentamente en el olvido de muchos. Quizás la razón primera de este olvido sea justamente el que se trata de una victoria clara y contundente sobre el viejo pirata invasor inglés.
Otra fecha clave ha sido la del 17 de agosto, en que honramos al Padre de la Patria, General José de San Martín.
Padre de la Patria porque sus victorias allanaron militarmente el camino de la Independencia; porque supo organizar pueblos y ejércitos a partir de cero; porque nada lo detuvo cuando el objetivo era servir a la Patria; porque nunca se dejó tentar por la riqueza, o por el poder de las armas o por la sensualidad del poder. Porque supo vivir con lo justo, y a veces con menos. Porque rechazó honores, porque no se prestó a las luchas internas; porque fue el primero en cumplir las normas y leyes, incluso las que él mismo promulgaba. Porque contribuyó también a la educación, a la cultura, a la industria. Porque su vida privada fue clara, recta, noble.
A través de los tiempos su figura crece como ejemplo para todos los órdenes de la vida. Poseer espíritu sanmartiniano, es la mayor honra y gloria de cualquier argentino o americano. Sobre esa base de humildad, sencillez, trabajo, honestidad, valentía, capacidad organizativa y amor al pueblo es como se construye un futuro de dignidad, en libertad y en justicia, y con amor.
San Martín, ha sido, es y será nuestro modelo, nuestro punto de partida y nuestra meta.
En estas difíciles épocas en que tantos valores se pierden o se diluyen, en que se cuestionan las bases mismas de nuestra nacionalidad, debemos echar una mirada atrás para reconocer las claves de nuestra historia nacional, identificarnos con ellas, imbuirnos de su espíritu y volver a la realidad y decidirnos a trabajar sobre ella a partir de todo aquello que nos nutre en el fondo mismo de la historia.
Porque esa historia nos dice que se puede hacer lo que se sueña; que se pueden lograr las grandes metas de un país sin entregarse a fuerzas ni ideas foráneas. Que se pueden hacer grandes cosas sin robar ni corromper. Que no hay imposibles para la decisión de los pueblos.
La clave está en tener la misma claridad de ideas, la misma decisión espiritual, la misma fortaleza física que nos brindan estos ejemplos de nuestra historia (y hay muchos más por cierto), la misma capacidad de renunciar a lo fácil, a la riqueza y al poder. La misma honestidad pública y privada.
Debemos tener ese fuego sagrado que hace grande a los pueblos y a sus habitantes. Debemos tener cada día más ese espíritu sanmartiniano que es capaz de llevarnos a todo lo bueno y noble que deseamos ser. Nos queda, para el final, una inmensa pregunta: ¿Cuántos y quiénes de nuestros dirigentes políticos actuales son capaces de vivir y de actuar con este espíritu sanmartiniano?.
Publicada en EL DECAMERÓN – Año 1 – Número 24 – 1 de Septiembre de 1996