Tras años de venir siendo propuesto, recién ahora el verbo concertar se ha instalado en el lenguaje político nacional, dejando atrás la incomprensión o indiferencia que supo recibir de buena parte de los actores de nuestra política argentina.
Según el Diccionario de la Real Academia Española concertar significa: “ traer a identidad de fines o propósitos cosas diversas o intenciones diferentes”. Es decir, une dos cuestiones: una, la existencia real y concreta de diferencias; y otra, la intención de darles unidad o identidad de propósitos.
En lo político, hablar de concertación es hacerlo de una unidad de distintas expresiones de esa actividad, quizás también de la social, tras objetivos comunes, importantes y de largo plazo.
Así fue como la España pos franquista concertó en el Pacto de La Moncloa como forma de garantizar la resolución de todos sus problemas en democracia. Chile también concretó una Concertación para vencer al pinochetismo, aunque con otras características, tal como se verá más adelante.
Cabe insistir en esto de “ traer a identidad de fines o propósitos cosas diversas o intenciones diferentes”; porque desde esa perspectiva concertación no significa que una persona o una institución absorban a otras. No se trata de una suma de individualidades. Es un hacer colectivo institucional, asociado, dinámico y persistente. Ideal para acciones a largo plazo destinadas en nuestro caso a cambiar el modelo con que nos gobiernan y nos quieren seguir gobernando.
Al hablar de concertación, lo hago reconociéndole y respetándole toda la potencialidad que tiene para un momento como éste de nuestra Patria.
Por eso, destaco la necesidad de no confundir el concertar con el solo armado de un nuevo frente electoral. Éstos son más coyunturales, además de estar construidos pensando básicamente en la obtención – acumulación – protección de poder. Y casi siempre motorizados por todas las concepciones y acciones mañosas propias del sistema politiquero que campea en una sociedad tan amiga del cortoplacismo y del facilismo. En nuestra Patria los frentes no han demostrado ser lo que dicen ser, ni tampoco tener tendencia a la longevidad. Descarto entonces pensar en una concertación para caer luego en lo mismo de tantas otras veces.
Abundando en el concepto, reitero que concertar no es una simple incorporación (forzada o no) de personas a una agrupación (por más grande que ésta sea) que se tiene su propia lectura de la realidad, sus propios objetivos y su propia metodología. Y poca vocación de cambiar algo para integrarse a otros. Tampoco es un acuerdo entre dirigentes, tendiente a una mera distribución de cargos; ni es seguidismo hacia tal o cual. Es un verbo que no se conjuga desde el individualismo, sino desde la solidaridad, del trabajo en equipo, de una cultura del encuentro.
Por eso y sin vueltas, hay que insistir en esta idea de concertar, que es buena, es necesaria y deseable, justamente por ser quizás, la vía más apta en este aquí y ahora. Para la cual se necesitan:
sólidas convicciones democráticas; respeto hacia adentro y afuera de cada una de las instituciones intervinientes; grandeza, desprendimiento. También una sólida y persistente concepción teórico- práctica en lo ético.
Hay sobrados ejemplos del escaso peso de los valores en la política de todos los días. Pero, ¿ sobre qué se construye el social cristianismo, sino desde, con y hacia valores de larga data en la sociedad humana? Valores que hoy parecen ser pasto de la fiera pragmática que más tarde o más temprano termina siendo socia de la construcción neoliberal.
No quiero formular una cuestión estrictamente teórica y romántica, asentada en valores abstractos y lejanos. Debemos alcanzar un concepto de “vidacción” (*) política, sobre nuestros principios doctrinarios, proyectándolos en la construcción de una nueva utopía. En forma progresiva, lenta, pero inclaudicable. Sobre esta decisión deben venir la concepción estratégica primero y las acciones tácticas después.
Dije antes que para concertar hay que aceptar y respetar la existencia de otros pensamientos políticos. Tanto desde quien convoca, como de quienes deciden sumarse a esa convocatoria. No caben aduanas desde la discriminación o la soberbia. Si se convoca es porque hay conciencia de que uno solo (persona o institución) no puede hacerlo todo. Y que necesita la visión, el análisis, el trabajo, el sostén de otros. Y que todos, distintos o medianamente parecidos entre sí, están decididos a encontrar coincidencias mínimas, en procura de construir el Bien Común.
Sintetizando; en el inicio hay una situación de gravedad que exige un gesto mayor de parte de la política de un país. Luego se conocen, asumen y respetan las diferencias de los actores. Le sigue la vocación de trabajar en unidad, en diálogo esclarecedor y constructor. Por último los objetivos y las acciones a corto, mediano y largo plazo. Entre el punto de partida y el final y siempre como motores imprescindibles el amor a la Patria y al prójimo, el respeto, la tolerancia, la cultura del encuentro.
Afuera, la soberbia, el autoritarismo, la demagogia, la cobardía, el egoísmo.
Una concertación nacional, no debiera ser ni ambigua, ni sectorial, ni discriminatoria. Tampoco individualista, ni desde la propuesta ni desde la respuesta. Debe ser una política institucional. De Estado, quizás. Con instituciones representadas oficialmente y participando en un plano de igualdad en la discusión y análisis, aún cuando luego en el plano de las realizaciones, haya una distribución del poder o de la responsabilidad de ejecución con criterios por ejemplo, más adecuados a la capacidad electoral o técnica de cada una de las partes.
Hay que ir paso a paso. El hecho de que se haya perdido tanto tiempo no da pie a que se avance a tontas y a locas, provocando desequilibrios a cambio de velocidad. Cuando esto ocurre, suelen ser las instituciones republicanas y democráticas las que pagan los platos rotos. Y el pueblo sufre.
Una concertación debe saber respetar, favorecer e impulsar el desarrollo, la identidad, los espacios y las aspiraciones propias de todos y cada uno de los integrantes. Si cada una de las partes crece, crece el conjunto. Y se potencia.
Queda claro entonces que una concertación es mucho más que un frente electoral, como los que hemos sabido conocer y padecer. Y también es a mucho más largo plazo, sin agotarse en una sola elección.
Volvamos a los ejemplos antes citados.
En España el Pacto de la Moncloa todavía tiene su peso en la vida institucional, aunque nunca se tradujo en un frente electoral.
En Chile, la Concertación es distinta. La lleva adelante un grupo de fuerzas políticas unidas electoralmente para dar la batalla contra una dictadura primero y para gobernar al país después. Aunque es esencialmente electoral – gubernamental, aún subsiste porque la unidad se dio sobre la base de una elevada cultura política.
Aquí quizás podamos integrar un poco de cada ejemplo. Como en el Pacto de La Moncloa, debemos ratificar un respeto irrestricto a las instituciones democráticas y republicanas; a su preservación y perfeccionamiento. Como en Chile, una concertación argentina debiera unir a quienes están a favor de un cambio social con conciencia nacional y popular, con proyección latinoamericana; en el que nosotros podemos aportar la visión social cristiana para que ese cambio tenga rumbo y la seguridad de una sólida base filosófica- doctrinaria y ética. Y que se traduzca en una unidad electoral solidaria y cooperativa, con escaso peso en los individualismos, las ambiciones (siempre ahí…) y en la concentración de poder.
Una propuesta de concertación es lo mejor que nos puede pasar cuando hay tanto por hacer y resolver; tras tanta experiencia y habilidades mostradas en lograr desencuentros y enfrentamientos estériles. Concretarla, sería un rasgo de crecimiento y madurez.
Por ejemplo, la cuestión educativa argentina, tan en decadencia y con tantas exigencias de cambio, necesita imperiosamente una concertación nacional. Para que una nueva ley no se termine aprobando por imperio de las mayorías legislativas, sino que sea un producto eficaz y eficiente para la liberación de la Patria y la plena realización de la dignidad de todo nuestro pueblo.
También debiéramos tener una concertación en la vida política específica, para mantener, perfeccionar y usar al servicio del pueblo las instituciones republicanas democráticas; tan frecuentemente pisoteadas por la ambición o la incapacidad de nuestros gobernantes.
A una concertación con estas características, quiero sumarme. Y si no hay una convocatoria que satisfaga estas exigencias, pues hay que hacerla. De abajo hacia arriba, como deben ser todos los movimientos sociales para poder triunfar.
Le temo al desarrollo de nuevos personalismos llenos de pragmatismo, de eficientismo material, sostenidos en la aplanadora de los votos, en las encuestas, en la publicidad marketinera y en las interpretaciones caprichosas de la constitución y las leyes. Le temo a la llegada de un nuevo autoritarismo y más le temo a las formas en que esas expresiones suelen caer.
Una concertación vertical desde arriba, es una vía errada y quizás una nueva frustración para quienes nos miran esperando que seamos capaces de darles toda la dignidad que merecen. La misma dignidad que pregonamos desde nuestra doctrina.
Cuando vayamos a una propuesta de concertación, recordemos aquella definición de Augusto Conte, somos liberales en lo democrático, conservadores en los valores y socialistas en lo económico. No está mal para que sepamos qué queremos y qué plantear.
Tomando una idea de Rodrigo Zarazaga (Revista CIAS marzo- abril 2006), digo que la concertación fue durante mucho tiempo una vía no atendida; hoy está en la retórica política – electoral. Llegará el momento en que se convierta en un hecho político irrefrenable y trascendente.
De todos nosotros depende, porque la política es el arte de hacer posible lo necesario.
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(*) Perdón por el neologismo, pero me gusta.