Alberto Rodríguez Saá no cree en Dios; La Biblia, para él, es ciencia ficción. Lo dijo con la soberbia que lo caracteriza, lo que tornó más ofensivos esos conceptos. Entre todas las reacciones que hubieron, faltó decir algo. Lo referido a la relación Dios-hombre-sociedad.
La mayoría de los argentinos creemos en Dios (cualquiera sea la religión profesada). Tal creencia nos da pautas a las que ajustarnos en la vida. La Argentina es mayoritariamente cristiana-católica, por lo que debiera organizarse sobre la base de la dignidad de la persona humana, del bien común, de la justicia social, de la solidaridad para construir una civilización del amor. Esa es la Doctrina Social de la Iglesia.
Poco recorreremos para darnos cuenta de la incoherencia entre lo que se dice y se hace. Una cosa es creer en Dios dentro del templo y otra muy distinta trasladar esa fe al terreno de la construcción de la sociedad. Y a más de distinto, más difícil y lento.
Es más frecuente, y también parece más tentador y alcanzable, desenvolverse en la sociedad y en especial en la política sobre la base de la acumulación de riqueza y poder. No se trata de buscar una teocracia, ni de caer en fundamentalismoa tan fanáticos como trágicos. Sólo debe buscarse coherencia entre la fe y los valores sobre los que se construye una sociedad. Y puestos en esa tarea, seguramente habrán de aparecer los puntos de contacto entre las distintas creencias religiosas.
La sociedad injusta y desigual que tenemos surge de la incapacidad por ser coherentes entre fe y política. Si construimos una sociedad sin valores trascendentes no existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, de grupo social terminan contraponiendo a los hombres entre sí. Es decir, el hombre puede organizar la Tierra sin Dios, pero como el humanismo exclusivo es finalmente inhumano, terminará siendo una organización contra el mismo hombre. Si no se reconoce una organización trascendente, cada uno (o cada grupo) tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar totalmente los derechos de los demás. Por esto fracasó el comunismo, y por lo mismo el capitalismo está mostrando toda la crueldad que le es propia, lo que hará hasta que también fracase.
La solución superadora de esta realidad, comienza por encontrar cómo desarrollar una política coherente con los principios que rigen nuestra relación con el Dios que adoramos.
La admisión de su ateísmo por Alberto Rodríguez Saá (creador y sustentador económico y político del PUL) ayuda a comprender el proyecto provincial implantado desde 1983. La corruptela que palpamos, el enriquecimiento de la familia gobernante y de sus laderos, la destrucción de las instituciones democráticas, subordinando la justicia y las leyes a las órdenes de los hermanos, la presión sobre opositores, el encubrimiento, la acumulación de poder, sólo puede surgir de mentes que no reconocen ningún valor moral por encima de ellos mismos. Aunque en más de una oportunidad hayan estado (y lo sigan en el futuro) apoyados y bendecidos por una jerarquía eclesiástica también amiga del poder (antes de la dictadura militar, hoy del adolfo-albertismo) y tan poco cercana a los pobres.
Sabiendo que Alberto es el ideólogo del proyecto provincial, entendemos todo. Alberto no cree en Dios y en base a eso está construyendo una sociedad atada únicamente al destino de un par de soberbios que se creen únicos e infalibles.
Así como Alberto, muchos más debieran imitarlo, para que la sociedad sepa bien cuáles son las bases sobre las que se asientan los proyectos políticos vigentes.
Publicada en EL DECAMERÓN – Año 3 – Número 47 – 14 de Abril de 1997
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