Está dicho. La democracia es el mejor sistema que la sociedad humana encontró para gobernarse. Ello significa que:
- La democracia, creada y ejercida por los hombres, está condicionada por todas las características humanas.
- La democracia es una obra inacabada, aún perfectible.
- La democracia puede y debe ser mejorada a partir de la capacidad creadora, de la crítica y la autocrítica libremente ejercida.
En consecuencia, no es posible dormirse en los laureles y decir, o dejar que otros digan, que con gobernantes elegidos y renovados periódicamente ya estamos en la cima del mejor sistema de gobierno. Y que por lo tanto, todo está permitido. Así se lo está llevando por carriles equivocados.
Para volver al buen camino debe recordarse la clásica, antigua y sencilla definición clave: Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Ninguna otra definición supera a esa en precisión y alcances. Pero pasan cosas que no se adecuan a estos principios y que provocan serios daños al sistema. Por ejemplo, no está bien que gobernantes y legisladores se conviertan en representantes de sus partidos y no del pueblo que los elige; que se haya construido una casta política que rota en los cargos, con escaso nivel de renovación dirigencial; que esa casta se proteja a sí misma, aunque se trate de opositores, mediante leyes que la favorecen, callando o mirando para otro lado cuando hay denuncias claras contra sus miembros.
No está bien que se haga abuso del principio de los fueros para eludir responsabilidades sobre sus actos; que los políticos conviertan a las provincias, al país, en campo de batalla de sus intereses y se construyan a nivel municipal, provincial y nacional concentraciones de poder cada vez más cerradas y omnipotentes.
Tampoco está bien que tanto inútil o sinvergüenza ocupe cargos por su simple capacidad junta-votos, cuando con su accionar destruye aquello que debe mejorar; que las instituciones de la democracia eludan la discusión y voten cuestiones importantes con el simple criterio de la obediencia ciega al dueño del partido; que se practiquen variadas formas de fraude electoral en la vida gremial y política, a vistas y sabiendas de todos; que se modifiquen constituciones y leyes con una liviandad total en busca de favorecer intereses sectoriales; que desde los cargos políticos se acumulen riquezas difíciles de justificar. Y que se haga uso ostentoso y doloroso de esas riquezas.
No está bien que a diario se apliquen interpretaciones antojadizas de leyes para alcanzar objetivos sectoriales o eludir responsabilidades, ni que las mayorías legislativas apliquen recursos sucios, aunque legalizados por ellas mismas, para imponer sus opiniones. Y hagan alarde de ello. No está bien que las minorías no reconozcan los méritos de las mayorías y se opongan a todo para no dar mérito al opositor; tampoco que desde la casta política se manipule la opinión pública, asustandola, engañandola, equivocándola según les convenga hoy. Y mañana cambiar todo el mensaje para adecuarlo a otras necesidades.
No está bien que se busque y se logre en muchos casos, ejercer un control indebido sobre las instituciones democráticas que deben ser independientes; que el pueblo, orígen y destino de la democracia, vea reducida su participación a la mera emisión del voto y que sus otras manifestaciones sean reprimidas o despreciadas. Que los gobernantes y legisladores vayan adquiriendo rasgos de las viejas monarquías o de recientes dictaduras; que dejen de funcionar o que lo hagan en forma deficiente, los controles sobre los poderes, las instituciones o las personas.
No está bien… tantas cosas que pasan o se hacen en esta democracia no están bien. Por eso muchos descreen de ella y de su capacidad de mejor servir a todos. Y se va abandonando el trabajo conjunto de perfeccionarla, de ponerla cada día más al servicio de la comunidad a través de la participación apasionada y creadora de que todos somos capaces.
Hoy, la democracia parece una ciudad sitiada: quien la gane u ocupe un lugar en ella, hace lo que quiere y le conviene. Con lo cual se recupera y se acrecienta todo lo que se puso para llegar. Y desde donde se justifica y bendice todo lo que se hizo.
No es ésto lo que se enseña desde siempre a los jóvenes. No es ésto lo que se espera del sistema democrático.
La democracia es otra cosa, mucho más noble, justa, sincera, más ideal. O he vivido engañado toda mi vida.
Así la democracia no va. Hay que cambiar. Los cambios son posibles, Difíciles y lentos, pero posibles.
Una cosa es clara: los cambios que sean necesarios serán definidos, encaminados y concretados desde la misma democracia. Con participación masiva, sin iluminados ni salvadores.
Quizás ocurra que sectores políticos en lugar de buscar acumular poder y riquezas, se decidan a poner su fuerza en construir un férreo sistema democrático a partir del respeto de las instituciones. Quizás ocurra que los medios de comunicación social, abandonen la búsqueda de rating con cualquier arma, dejen la chabacanería y la superficialidad, para dedicarse de lleno a movilizar responsablemente el sistema democrático.
Ojalá pase algo.
Mejor aún, ojalá todos encontremos la forma de hacer algo. Y que lo hagamos. Desde nuestra conciencia y a través de las mismas armas que la democracia nos da.
Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 36 – 26 de Mayo de 1997
Debe estar conectado para enviar un comentario.