La historia cuenta cosas terribles hechas por los humanos poseídos por la locura. Algunas veces con justificaciones muy armadas; pero que por aquello de que el fin no justifica los medios, resultan insostenibles.
Los peores y más recientes ejemplos los constituyeron Stalin y Hitler.
Surgidos como líderes en países sumidos en el desastre socio-económico, al punto de afectar incluso el honor de pueblos con fuertes tradiciones de orgullo y de potencias imperiales. Estos líderes usaron la crisis para concretar sueños de grandeza, llevados a la potencia de la demencia y justificados con manías, obsesiones, chivos expiatorios surgidos de sus mentes febriles y lamentablemente tolerados o aplaudidos por sus seguidores.
Pero como le cambiaron la cara a sus países, resolviendo cuestiones que en su momento fueron importantes para rusos y alemanes, estos pueblos los siguieron, los apoyaron y les permitieron hacer a su antojo, cediéndoles el control a sangre y fuego de todos los resortes del poder. Hasta los más mínimos.
Estos pueblos ataron sus destinos a estos locos y sus camarillas. Y la humanidad toda terminó pagando muy caro la maligna unión entre pueblos empobrecidos, humillados y postergados, con líderes tan efectivos como locos.
Aún hoy, a décadas, nos quedan huellas y dolores originados de la existencia de Stalin y de Hitler.
Estas son lecciones que debemos aprender para que no se repitan. Ni en esa dimensión, ni en alguna aproximación. Mucho menos cuando la democracia campea sobre nuestro suelo y nuestras vidas.
Lo dicho viene a cuento porque desde 1983, tenemos en nuestra provincia un proyecto político hegemónico, encarado por dos pichones de dictadores, que pueden resultar tan peligrosos como los dos ejemplos dados.
Los hermanos Rodríguez Saá comenzaron controlando, dominando y sojuzgando a su partido. Repitieron en él la misma estructura y jerarquía de su gobierno, al punto de que por momentos resultó difícil establecer diferencias entre una reunión de gabinete y una partidaria.
Luego comenzó un lento pero inexorable avance para dominar los restantes poderes. Así, hemos asistido a maniobras electorales turbias que les permitieron reformar la Constitución para tener el acceso ilimitado al poder. Esas mismas maniobras facilitaron contar luego con senadores tan sobrantes como incapaces y sucesivas generaciones de diputados con tan pocas luces como exceso de obediencia servil.
Paralelamente y a partir de esos legisladores, se construyó una justicia que evidencia ineficacia, lentitud y docilidad, como mínimo. Jueces empleados del poder central, sordos y ciegos a las evidencias de los manejos y al enriquecimiento de funcionarios. Incapaces de advertir o de levantarse ante maniobras turbias o sediciosas, con sentencias que son el hazmerreír de entendidos.
Como los legisladores son fáciles de sacar del medio a través del manejo electoralero, no se los molesta demasiado.
Distinto es el caso de la justicia. Porque gozan de estabilidad, porque por ahí aparece un atisbo de dignidad, porque por ahí aprenden algo. Esto hace que los jueces no le ofrezcan a los hermanos, demasiadas garantías. Porque necesitan cubrir sus espaldas por hoy, por mañana y por algunas generaciones. Y ahí es cuando surgen estos sacudones premeditados, organizados cuidadosamente y ejecutados sin ningún respeto a nada y dentro de un marco que cualquier lego califica de inconstitucional y atentatorio contra la democracia.
Los mismos que ayer aplaudieron la designación de jueces sin mayores antecedentes ni capacidad, hoy repiten como loros amaestrados las letanías oficialistas para que se vayan.
El hecho de que los hermanos Rodríguez Saá a través de su omnipotente presencia en la política puntana desde 1983 (y de su inteligente laboriosidad) sean responsables de haber logrado importantes cambios en la estructura económica provincial (aunque muchas objeciones se pueden hacer hilando más o menos fino) no justifican que se permita este lamentable y vergonzoso espectáculo que el adolfato hace a través de sus estructuras partidarias y de nuestra democracia.
El fin no justifica los medios, San Luis.
El fin no justifica los medios, hermanos Rodríguez Saá.
Estos hermanos, voz y eco para el pensamiento y la acción, se afirman en concreciones materiales para destruir el espíritu democrático y ético de los sanluiseños. Y construyen así, algo que todavía no se sabe bien qué es y dónde terminará. Pero que claramente no es la democracia querida.
Porque al igual que los casos de Hitler y Stalin, esto que viene ocurriendo sólo puede encontrar explicaciones en frustraciones familiares, en ambiciones desmedidas, en la mentalidad de familias tradicionales oligárquicas, en el orgullo destructivo de las castas a las que se cree pertenecer. Todo ello en el marco de algún cada vez más severo cuadro de enfermedad psicológica.
Y parece que la población se divide en los que nada entienden, en los que entienden y les gusta, en los que se benefician y sólo eso les interesa, y los que se oponen y no encuentran los caminos, los métodos ni las personas para ofrecer alternativas cuerdas y coherentes para salir de esto.
Todo con una invasión de periodismo amarillo propio u oficial, con repetidoras a cargo de tontos útiles.
En estas fechas, cuando desde nuestra fe recordamos nuestros orígenes y nuestra finalidad como personas y como sociedad, y desde allí, formulamos los mejores planes y deseos para un nuevo año; sólo parece quedar por formular el firme deseo de que se obre alguna milagrosa cura psicológica en aquellos que vienen conduciendo la provincia, los hermanos Rodríguez Saá. Y en todos aquellos que se prestan para esta demencia política que vivimos.
Publicada en EL DECAMERÓN – Año 2 – Número 32 – 30 de Diciembre de 1996
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